Navegando por el ciberespacio, no es imposible hoy naufragar y quedar anclado en una isla ciberespacial, ajena y lejana al universo real, al mundo de las cosas mismas. Robinson Crusoe puede entonces resucitar bajo una forma “internética” y contemporánea manteniendo, eso sí, una misma configuración existencial: la soledad.
Hace un tiempo fui invitado por la Universidad de Princeton para dar una clase relativa a literatura Latinoamericana. Por entonces, se hablaba en el campus de la decisión de un académico -a quien llamaremos aquí “Profesor Robinson”- de “abandonar el mundo”, para recluirse en su estrecha vivienda universitaria, sólo él y su computadora. De ese modo lo resolvía todo.
Se comunicaba vía e-mail con sus alumnos y colegas, distribuía sus clases por caminos digitales, chateaba, organizaba foros, pero también realizaba sus operaciones bancarias, pagaba sus impuestos, pedía comida que le dejaban al otro lado de su puerta, compraba libros que saldaba online con su tarjeta de crédito y también resolvía sus “necesidades” sexuales, porque el sexo no está ausente, sino omnipresente en la web solo que de manera virtual claro.
El “Profesor Robinson” había abandonado el mundo material y había ingresado a otro mundo virtual, por propia decisión, desilusionado de la realidad misma y más afín a la soledad, a las pantallas y al fin y al cabo, al universo de Internet. ¿Cuánta relación existe entre Internet y la soledad? El “Profesor Robinson” decidió exiliarse del mundanal ruido, y eligió la soledad y la autosuficiencia virtual.
Existen otros internautas que destinan horas a las pantallas y a la navegación virtual, porque, simplemente, no encuentran personas reales con quienes compartir su tiempo. ¿Cuánta adicción a las pantallas puede producir la soledad misma? El mundo virtual permite juegos atractivos y muchas veces adictivos para los solitarios. Uno, que no es secundario, es el cambio de roles. En las salas de chat, como usted sabe, es posible trastrocar la identidad y también la sexualidad, y ser otro u otra.
No son pocas las ocasiones en las que desembarazarse de la identidad determina un alivio profundo y por eso el juego atrae. Es posible también eludir el cara a cara en situaciones incómodas y simplemente decir lo que hay que decir por correo electrónico y sin el costo presencial que conlleva enunciar la cosas frente a frente. Es posible también enviar mensajes a una persona y evitar comunicarle que el mismo mensaje le ha sido enviado a otra utilizando el conocido procedimiento de la copia oculta.
De tal manera que ningún receptor común y corriente, puede estar seguro de ser el único y exclusivo receptor de un mensaje presuntamente personalizado. En realidad, la comunicación nunca es unívoca ni siquiera cuando acontece cara a cara. Se puede enunciar algo y pensar otra cosa, se puede mentir y engañar, y nadie garantiza que aún rodeados por otras personas de carne y hueso la soledad desaparezca.
Los mensajes virtuales no difieren estructuralmente, raigalmente, de los mensajes interpersonales materiales. El experimento del “Profesor Robinson” en todo caso puede ser la reafirmación en acto de la soledad que sufría antes de su autoconfinamiento en una esfera virtual, del aislamiento que padecía antes cuando estaba “encerrado en la exterioridad”. El mundo virtual no produciría per se, la soledad.
Puede ser sí funcional a ella, puede propiciar una “soledad” atenuada por la hipnosis de las pantallas que presentan un metamundo sin las aristas del mundo en tres dimensiones. Hubo una película muy conocida, “The Truman Show” en la que el protagonista, “Truman Burbank”, había vivido siempre dentro de un decorado cinematográfico sin saberlo. Confundía entonces el decorado con la realidad.
Truman era a la vez perpetuamente vigilado y filmado para detectar y testimoniar los rasgos del comportamiento de alguien encerrado en una burbuja semejante. El caso del “Profesor Robinson” tiene algunos puntos análogos, la diferencia radica en que éste académico conocía demasiado bien al mundo real, y por eso decidió refugiarse en su isla virtual.
El naufragio contemporáneo y deseado de “Robinson” en su isla inmaterial es un caso extremo y como tal, experimentalmente interesante. Es probable de todos modos, que si no hubiera existido Internet se hubiera refugiado en alguna otra parte. Agarofóbico en el mundo real, el “Profesor Robinson”, no padecía de claustrofobia en su planeta virtual. Pero ¿Por qué echarle la culpa a Internet?
Internet está allí. Está aquí; permeable a los agarofóbicos, a los claustrofóbicos y a los que no son ni una cosa ni la otra. ¿Usted que piensa?